jueves, 19 de noviembre de 2009

Nochecita

Íbamos a cenar a un restaurante. Estuvimos vagando por las calles del centro un buen rato, por callejones que no habíamos pisado en nuestra vida pero sabíamos que estaban ahí.

Al final lo encontramos: Un lugar, ni caro ni barato, acogedor, con gente amable. No me acuerdo de cuántos ni quiénes éramos. Pedí ir al baño, y una de las camareras me acompañó, a pesar de que el local no era muy grande. Entré dentro… Y ella conmigo.

Me quedé pasmado, pero nadie habló. Nos miramos fijamente y… todo pasó muy rápido. Hicimos el amor. Fue corto pero intenso, y yo todavía no había salido del estado de shock cuando salí del baño tras ella. Entonces me di cuenta. Estaba en el aire, en el suelo, en el sonido, en la ropa, en la comida del bar… Fue como un sexto sentido que se activó. Algo pasaba, y era algo muy gordo. Volví al comedor un poco extrañado, mis acompañantes me miraban con cara de pena, y la demás gente… Bueno, directamente, era cara de odio, de que se estaban controlando para no lanzarme cuchillos. Volví a mirar a mis amigos, y su cara ya no era de pena; ahora decían huye, corre, que no te pillen. Sólo eran gestos, pero les hice caso.

Salí del local, y sentí que todo el mundo se fijaba en mí, que me miraban mal. Yo no sabía qué estaba pasando. Y empecé a correr. Al momento, una multitud enfurecida salió detrás de mí, haciendo que mi adrenalina se impulsara hasta las nubes y haciendo que yo corriera más deprisa. No me cansaba, directamente mi miedo aumentaba. No podía parar.

Llegué a la Alameda. Había pasado un puente del cauce del Turia a toda velocidad, con cada vez más gente a mis espaldas. Cuando me cruzaba con alguien, en cuanto me reconocían, se sumaban a la multitud. Les saqué bastante ventaja, y en un momento que me pude girar a mirar, descubrí que, a parte de ser ya cientos (por no decir miles) de personas, llevaban cuchillos, palos y bates de metal. No me lo podía creer. ¿Qué cojones he hecho? Me dije. Pero esto no lo supe en ese momento, ni nunca lo llegaría a saber…

Me empezaba a cansar, y, al verme flaquear, mis seguidores aumentaron su velocidad, contentos al ver a su presa cansada. Luego todo pasó muy rápido. Me atraparon, me golpearon, pero no mucho tiempo. Me cogieron y me llevó la multitud hacia otro lado, no veía nada. Estoy muerto, pensaba. Y seguramente hubiera sido así, si no existieran ellos. La gente que defiende a las minorías. Joder, pensé, esto es increíble. Otra masa de gente llegó, aunque era más pequeña que la otra, y estas chocaron. Pasé de una multitud a otra, y vi que nadie me cogía. Así que seguí corriendo, escapé hasta mi casa.

Yo, por aquel entonces vivía en un hostal en el centro, una especie de casa de campo muy grande en la que alquilaban habitaciones. Entré por la puerta de atrás, no me vio el dueño. Llegué a mi habitación y me tumbé en la cama. Sabía que me encontrarían, pero daba igual. Me dormí. No quería luchar contra medio mundo.

Cuando me desperté, ya no era el mismo. Quiero decir, seguía siendo yo, moral y espiritualmente. Pero físicamente había cambiado. Era yo. Pensé. Y antes, ¿quién era? Nunca lo supe. Solo sabía que estaba a salvo, en una plaza llena de gente enfurecida. Y en primera fila, yo, con mis compañeros del restaurante. Nadie me dijo entonces lo qué había pasado. Sólo pude saber que iban a colgar a un amigo mío. Lo supe porque yo estaba en primera fila, lógico. Habían más de mil personas. Todo pasó muy rápido. Mis amigos empezaron a llorar, y al que colgaban ni se inmutaba, como si pensara que se lo merecía. En cuanto el verdugo le puso la soga alrededor del cuello y lo alzó, yo salté enfadado: “¡¡No ha sido él, he sido yo!!”. Entonces, me miró y dijo:
“Da igual, si sois prácticamente iguales”.
Todo el mundo se iba ya, mis compañeros seguían llorando, y tú, ahí colgado, aguantando la respiración hasta que llegara la muerte. Corrí y te arranqué la soga, te bajé. No se aún como lo hice. Mis amigos y tú os quedasteis mirándome, un poco flipados. Cogí el cartel que anunciaba tu muerte, no ponía ni el porqué. Me daba igual. Lo cogí y corrí.

Ha sido una extraña historia. Pero te la escribo para que sepas todo lo ocurrido aquella noche. Aún conservo el cartel. Ya te lo devolveré, pero espero que queden años para que te vayas de nuestro lado.

Cuídate.

Tu amigo Miguel.

Mibilongo 12/10/09

2 comentarios:

  1. eh puto ponte el contador de visitas y haz mas posts que si no el blog se ira al garete

    ResponderEliminar
  2. impresionante miguel este me a causado emocion
    no savia qe supieras escrivir estas
    cosas tan chulas a sido lo lo mejor qe
    yo tu ermano jaja a leido nunca xd es norama
    eres al amo

    ResponderEliminar